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El físico Albert A. Michelson, primer Nobel de la Universidad de Chicago |
Chicago y su universidad es un ejemplo y un orgullo para el mundo científico. Setenta premios Nobel fueron profesores, estudiantes o investigadores de la institución en algún momento de su historia. Francisco Mora, catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid, se pregunta por qué en España no existe el cultivo y el impulso social y administrativo necesario para dar al mundo más Nobel de Ciencias.
Chicago, la ciudad del viento, donde se acumulan esas poderosas moles de acero cuyo final hacia el cielo no se puede alcanzar muchas veces porque lo impiden las nubes, se encuentra la Torre Sears, uno de los edificios mas altos del mundo. Y en el observatorio instalado en el piso 103, que no es el último, se puede leer lo siguiente: “La historia de Chicago podría decirse que contiene más Premios Nobel que ninguna otra institución en el mundo. Setenta de los Premios Nobel conseguidos en el siglo XX fueron en alguna ocasión profesores, estudiantes o investigadores de la Universidad de Chicago: 24 en Física, 19 en Economía, 14 en Química, 11 en Fisiología o Medicina y 2 en Literatura”. Por supuesto que otras instituciones americanas (Harvard) o británicas (Cambdrige) pueden igualmente alardear de algo parecido o quizá de más, (por ejemplo, número de premios Nobel vivos trabajando en la institución al mismo tiempo), pero no con el mismo sello de ser sede madre como lo tiene la Universidad de Chicago. Algo tiene la Universidad de Chicago que es cuna y ambiente, capaz de crear y alimentar en sus alumnos esa escondida curiosidad sagrada que lleva dentro todo ser humano y que le impulsa a explorar lo desconocido.Un ser humano puede sentirse orgulloso de muchas cosas. De poseer objetos por su belleza. De sí mismo, por su trabajo. De los demás, sean amigos o allegados. O por pertenecer a un grupo concreto de seres humanos unidos en torno a una cultura o una institución o una religión. Y todavía más allá, orgullo de pertenecer a una nación, que es ese agrupamiento heterogéneo de gentes con religiones, razas o culturas diversas enlazadas por una determinada geografía y un sentimiento común de pueblo. Mientras leía aquel cartel sobre los Premios Nobel de Chicago, sentí, por un instante, un orgullo ajeno hacia la Universidad de Chicago y a los Estados Unidos. Y una vez más, como rebote, esa desazón, hacia mi propia universidad, o para el caso, cualquier universidad española y hacia mi propio país. Y una vez más la pregunta. ¿Qué nos incapacita como españoles para construir, en una determinada institución, el ambiente creador, el abrigo capaz de arropar y motivar a una serie de personas, jóvenes y viejas, en torno al orgullo que se desprende de alumbrar lo más elevado del conocimiento? ¿Qué nos incapacita para crear genios? ¿Qué nos incapacita para poder decirle al mundo que también nosotros somos capaces de tener Premios Nobel en Ciencia?
Muchos hemos experimentado en estas recientes olimpiadas el orgullo que nos han producido nuestros compatriotas, individualmente o en equipos, con algunos éxitos y medallas. Y cómo algunos de nuestros deportistas alcanzan en el mundo las más altas cotas de protagonismo. Esto ha hecho que nos sintamos orgullosos al darnos cuenta de que esos logros son producto del talento, la nobleza del esfuerzo, de la lucha constante y diaria y la obsesión perseguida por la superación y el logro de objetivos. Estos acontecimientos quedan plasmados, como debe ser, en los medios, en los periódicos, en la radio, en la televisión de modo constante. ¿Alguien dudaría que es este fenómeno de la televisión el que, bombardeando la mente de nuestros jóvenes, provocaría que algunos alcanzaran logros parecidos? ¿Cómo no hay nadie en las instituciones de investigación científica españolas, en las universidades, en la política, que salga todos los días diciendo que a partir de ahora vamos a apostar por la investigación científica, por el logro de una proyección internacional de nuestros científicos y pensadores en el mundo? No hay en nuestro país ningún rector “loco” que diga: “Mi ilusión para los ocho próximos años de mandato es que esta universidad alumbre un Premio Nobel. Y voy a trabajar por ello. Y voy a luchar por reclutar gente de cualquier parte del mundo con esa idea. Y voy a poner mucho de mi tiempo y esfuerzo no tanto en contentar la mediocridad abundante que existe a mi alrededor sino en lograrlo. Y si no lo logro voy a intentar convencer al rector que me suceda que continúe con ese mismo espíritu y proyecto y luche y trabaje los siguientes ocho años para, finalmente, alcanzar esos objetivos”.
Nuestro país necesita muchos rectores “locos” que trabajen “largo” para conseguir que sus universidades rueden sobre personas y equipos capaces de mover su Universidad en esa dirección. Y que salgan a la televisión y lo digan: ¿Cómo es posible que no exista en España ningún político relevante que ponga en su programa la creación de una emoción en las gentes sobre ese posible orgullo como nación capaz de crear conocimiento nuevo y que se nos reconozca en el mundo por el talento científico tanto como por el músculo o las habilidades artísticas? ¿No hay ningún millonario español que ponga parte de su dinero, a fondo perdido, en una universidad que apueste obsesivamente por la creación de conocimiento nuevo? ¿O que eternice su nombre para siempre creando una universidad con unos estatutos en los que se persiga la investigación y docencia puntera reclutando gentes de talento de todo el mundo no importando raza, nacionalidad, cultura, sexo o condición social?
franciscomorateruel@gmail.com
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