Una historia fascinante. ¿Quién fue, Hans, Jacob o Zacharias…?. Aunque los tres reclaman la paternidad, únicamente el primero, Hans Lipperhey, supo sacarle provecho, pero le negaron los derechos.
El gran beneficiado, sin embargo, fue Galileo quien nada tuvo que ver, se hizo muy famoso y tuvo que sufrir por serlo. Y, como en todo cuento que se respete, también hubo un gran perjudicado: en este caso la muy apostólica y romana Iglesia Católica, que enfrentó, por culpa de todos ellos y por primera vez en su historia, un verdadero y público cataclismo teológico, pues….¡la tierra no era el centro del universo, sacrilegio, los planetas giraban alrededor del sol! (…algo andaba mal, muy pero muy mal).
Esta hecatombe dogmática se inició hace exactamente 400 años, 1.700 km al norte de la creyente Roma, en la muy próspera y antigua capital de Zeelandia, en los Países Bajos.
En ese entonces, Middleburg era reconocida en el mundo entero como centro comercial y artesanal de primera categoría: los mejores quevedos, espejuelos y antiparras eran laboriosamente elaborados por sus afamados vidrieros.
Hans, uno de ellos, presentó el 2 de octubre de 1608 su invento desconcertante: un inofensivo tubo hueco de dos mitades imbricadas, forrado en cuero, con lentes de vidrio tallado en cada extremo, con el cual se podía ¡ver de lejos!…el telescopio.
Maravillados por sus aplicaciones militares, los regentes holandeses ordenaron la inmediata construcción de varios ejemplares. Los derechos, sin embargo, le fueron negados al laborioso Hans porque otros dos vidrieros, Jacob Adriaanszon y Zacharias Janssen, reclamaban la paternidad del formidable aparato.
El invento quedó sin patente por los siglos de los siglos.
Con esta tradición centenaria y cuatro siglos más tarde, las patentes conforman el depósito de conocimiento aplicado más formidable que el ser humano haya creado en toda su historia.
Son la manifestación tangible y valorable del saber útil y práctico. En una sociedad y economía del conocimiento, como las actuales, son verdaderamente ricos y poderosos aquellos que posean y produzcan saber patentable. La patente es la mejor expresión legal y financiera de dominio y poder.
Casi 8 millones de ellas están depositadas en el más complejo y meticuloso de los bancos del saber aplicado global: la Uspto (siglas en inglés de la Oficina de Patentes y Marcas Registradas de los EE.UU, www.uspto.gov).
Pero las diferencias son astronómicas: mientras Colombia registraba allí 3 en el 2007, la multinacional IBM obtuvo mil veces más (3.125) y Japón 10.000 veces más (33.354). Esos son los órdenes de magnitud de nuestro desafío en ciencia y tecnología.
Cifras aterradoras pero que no pueden ser paralizantes.
“¡Eppur si muove!” (“¡pero sí se mueve!”) dice la leyenda que Galileo murmuró con terquedad, al abandonar la sala de la Santa Inquisición en 1633, en la cual le habían condenado por hereje y obligado a reconocer públicamente que la tierra era inmóvil y el centro del universo. Con el telescopio había demostrado lo contrario.
Esa misma terquedad y confianza nos deben animar para apostarle todo y con todo a la generación de conocimiento, en especial en la cercana etapa postconflicto, cuando enormes intereses internacionales encontrarán aquí y solo aquí, la oportunidad para incrementar su saber patentable. ¿Podremos negociar? ¿Podremos ingresar a las economías del conocimiento?....la historia del telescopio, un invento trascendental sin patente, y la capacidad intelectual de quienes lo supieron utilizar para sacudir mundos inamovibles, nos enseña que sí se puede. Eppur si muove.
jhahn@uninorte.edu.co
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